HEROE NACIONAL
CORONEL LEONCIO PRADO GUTIERREZ
Leoncio Prado Gutierrez, nació
en Huánuco el 24 de agosto de 1853 e ingreso al Colegio Guadalupe de Lima a la
edad de 9 años. Fue hijo natural del General Mariano Ignacio Prado (presidente
del Perú en los períodos 1865-1868 y 1876-1879) y de María Avelina Gutiérrez.
Desde niño se sintió fascinado
por la carrera de las armas: le fascinaban los
ejercicios militares, las paradas y la vida del Regimiento de la Unión, del
cual era jefe su padre Mariano Ignacio. Siempre acompañaba en las evoluciones a
dicho regimiento y a menudo los acompañaba en sus ejercicios militares. Terminó
rogando a su padre que le permitiera el ingreso en la vida militar. Por
aquellos tiempos era común que en los diferentes cuerpos del Ejército hubieran
niños incorporados, tuvieran la extracción que fuera: ya fuera un niño huérfano
que encontraba en los cuarteles el “hogar” o niños mimados o hijos de militares
que se mostraban orgulloso de que el hijo continuara la tradición familiar.
El 1 de abril de 1861,
vio cumplidos sus sueños antes de cumplir los 8 años. Vistió el soñado uniforme
de militar, pasando revista en el regimiento como soldado distinguido.
A los 9 años de edad ingresó
al Colegio Guadalupe,
a los doce años ya era cabo en el Regimiento de Lanceros de la Unión.
El año 1865,
su padre el Coronel Mariano Ignacio Prado, era prefecto de Arequipa, después de haber desempeñado igual
cargo en Tacna. Por aquel entonces, el país se hallaba
inmerso en un conflicto
diplomático con España que había desembocado en la ocupación
por parte de una escuadra española de las islas Chincha. El Perú no disponía de una
fuerza naval lo suficientemente potente como para enfrentarse a los buques
españoles y los nuevos barcos encargados tardarían aún mucho en llegar. El
gobierno se vio forzado a firmar el 2 de febrero el Tratado Vivanco-Pareja por
el que España desocuparía las islas y, a cambio, recibiría tres millones de
pesos como compensación por los gastos generados. El malestar generado por la
duración del conflicto y la actitud del gobierno, que la opinión pública
consideraba débil, se recrudeció. El tratado fue considerado una humillación.
El día 28 el coronel Prado se sublevó e inició una campaña militar, en la que
participaría Leoncio, que culminó con la toma de Lima el 6 de noviembre del mismo año.
A los doce años,
Leoncio Prado ya era cabo en el Regimiento de Lanceros de la Unión. A los trece
años dejó el Colegio Guadalupe para combatir contra los españoles en la
escuadra que navegó al sur de Chile y participó en el combate de Abtao, fue
ascendido a Guardiamarina.
Luego participó en
el combate del 2 de mayo de 1866 en el Callao y fue ascendido al grado de
Alférez.
INCORPORACION A LA ARMADA PERUANA
Culminada la revuelta y
establecido el nuevo Gobierno, a los trece años de edad, Leoncio interrumpe sus
estudios en el Primer Colegio Nacional de Perú de Nuestra Señora de
Guadalupe para ser incorporado como Guardiamarina en la fragata Apurímac,
unidad que formó parte de la escuadra del capitán de navío Manuel Villar.
El nuevo Gobierno, dispuso la
salida de la escuadra al mando del capitán de navío AP Manuel Villar hacia el sur para reunirse
con la flota chilena, país que también estaba en guerra con España. Las fuerzas
peruanas se componían de las fragatas Apurímac y Amazonas y las corbetas Unión y América. En Chilé se reunieron con las
naves chilenas Covadonga y Esmeralda, aunque
la Amazonas no pudo llegar a su destino al naufragar en los
canales chilotes. La flota aliada queda anclada en el apostadero de la isla
Abtao al mando del contralmirante chileno Juan Williams
Rebolledo. Días después de asumir el mando, Williams parte
hacia Ancud con la Esmeralda y
deja el mando de la escuadra aliada al capitán de navío peruano Manuel Villar.
El 7 de febrero de 1866,
llegaron hasta el apostadero aliado las fragatas españolas Villa de
Madrid y Blanca, entablándose un combate que sería
conocido como Combate de Abtao.
La acción se redujo a un intenso bombardeo a gran distancia que no produjo
daños significativos en ninguno de los dos bandos. Al día siguiente los buques
españoles partirían de la zona para informar de la situación de los aliados.
Por esta acción, Leoncio recibiría su primera medalla de guerra.
Las duras condiciones de vida de
alta mar, mermaron el estado de salud del
joven Leoncio y tuvo que ser desembarcado en Lima para
su cura. Ya restablecido, ingresó a la Escuela Militar de Espíritu Santo como
cadete militar. Estando en ella, la Junta Calificadora de los asistentes a la
Campaña de la Restauración, le otorgó el grado de Subteniente, cuyos despachos
firmó el 1 de abril de
1866, el Ministro de Guerra, Coronel José Gálvez y lo refrendó el Coronel
Mariano Ignacio Prado, Dictador Supremo y padre de Leoncio.
COMBATE NAVAL DEL DOS DE MAYO 1866
Ante la inminencia del combate en
el Callao, se improvisan defensas, las playas se
llenan de parapetos y trincheras para repeler el ataque, en la madrugada del
día 2 de Mayo, Leoncio en su casa le dice a su
primo Nazario Rubio "Acompáñame que me voy al Callao, de cualquier
modo, mi puesto no está en la Escuela, está en el combate, como en Abtao".
Llegado al Callao, se embarca en
una lancha que lo lleva a una de las naves de la escuadra peruana al mando del Capitán de Navío AP Lizardo Montero
Flores. Se traba el combate, la escuadra española bombardea el
Callao, las baterías de tierra responden. Una granada española vuela la Torre
de La Merced, en donde se encontraba el Ministro de Guerra, Coronel José
Gálvez, matándolo. Tras seis horas de combate, Casto Méndez Núñez,
Jefe de la Escuadra española, ordena dar por concluida la acción.
El bombardeo del Callao sería la
última acción de los barcos españoles en aguas del Pacífico. Tras reparar los
desperfectos en la isla San Lorenzo,
pusieron rumbo a España.
BENEMERITO DE LA PATRIA
Luego del combate y de la revista
de ordenanza, Leoncio regresa a su casa en Lima.
Entre tanto, la Junta Calificadora del Ejército, por su actuación en el
combate, le otorga la clase de Alférez de Fragata y
el uso de las condecoraciones otorgadas por la Nación a los “Defensores del Honor e
Integridad de la República y Respetabilidad del Continente yo Heroico”.
Reinicia sus actividades
militares el héroe, como Oficial de Marina con la soñada espada, que se la obsequia el Comandante
General de la Escuadra Peruana, contralmirante AP Lizardo Montero, que se la
dio “en premio y honor a su sereno comportamiento”.
PROTESTA ESTUDIANTIL EN EL COLEGIO NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE
En 1867,
con 14 años de edad y terminada la guerra, reingresó
Leoncio Prado a la Escuela Militar, pero su permanencia es corta, ya que el
padre resuelve que complete su instrucción y regresa al Primer Colegio Nacional del Perú de Nuestra Señora de
Guadalupe. El de 3 de diciembre de ese año, estando Leoncio
con licencia en su casa, se produce en el Colegio Guadalupe una protesta estudiantil.
Los alumnos alegando incompetencia de algunos profesores, y demasiados rigores
disciplinarios, se sublevaron y tomaron las instalaciones del plantel.
Leoncio Prado, enterado del
hecho, va al colegio y, al encontrarlo aislado, sube por las paredes y techos y
llega hasta sus compañeros. El día 4 de diciembre, el intendente de policía entra
en el plantel con las fuerzas policiales, reabre el colegio y ordena la salida de
los huelguistas. A la cabeza de ellos apareció Leoncio Prado, echándose la
responsabilidad de los sucesos.
Enterado el Gobierno, dispuso la
expulsión de la mayoría de los alumnos. El presidente Mariano
Ignacio Prado, dispuso que su hijo, Leoncio, partiera inmediatamente en una
expedición que salía en viaje de exploración a la selva amazónica peruana. Así, Leoncio Prado, se unió a dicha
expedición.
PERDIDO EN LA SELVA AMAZONICA PERUANA
El 16 de diciembre de 1867 partió
de Lima a incorporarse a la expedición al Almirante Americano: Tucker, con la Comisión
Hidrográfica que debía estudiar y explorar los ríos de la Amazonia. La
expedición se dirigió a Huánuco y reaprovisionada, siguió
por Pozuzo, colonia establecida sobre el río del
mismo nombre. En Pozuzo, Leoncio Prado recibe la orden de partir con los
expedicionarios Charum y Butt, hacia el río Pachitea en una canoa que los
esperaba en el río Mayro. Debían tomar los expedicionarios el plano topográfico de los ríos Mayro y Pachitea.
En el trayecto se cruzaron con la expedición del sabio Antonio Raimondi, que también exploraba la
región.
Haciendo su trabajo Leoncio
Prado, se perdió en la enmarañada selva,
vagando por ella durante varios días, tratando de encontrar el rumbo. Enterado Antonio
Raimondi del hecho, preparó una expedición para buscarlo; luego de varios días
tuvo noticia de que Leoncio Prado se encontraba en un campamento de indios Campas;
se dirigió a dicho poblado, donde lo encontró y rescató. Los indios Campas, lo
habían encontrado vagando por la selva y lo llevaron a su poblado, en donde
curaron sus heridas, producidas por alimañas y mosquitos y lo salvaron de una muerte
segura. Pasado el incidente de Leoncio Prado, la expedición partió hacia Iquitos por el Pozuzo y el río Pachitea,
en medio de infinitas penalidades debido a la insalubridad del clima,
las alimañas y los zancudos (mosquitos).
Las duras contingencias que había
pasado hicieron del joven Leoncio de sólo 15 años, todo un hombre. Muy duras
fueron las pruebas que tuvo que pasar desde el Combate de Abtao hasta Iquitos. En esta ciudad fue incorporado al
personal de la Flotilla Fluvial del Amazonas de la Marina de Guerra
del Perú, permaneciendo ahí hasta 1868,
que se retiró del servicio a consecuencia de los acontecimientos políticos de
que culminaron con el movimiento revolucionario que obligó al presidente Prado
a dimitir.
De regreso a Lima, Leoncio Prado
ingresa nuevamente a un colegio para completar su instrucción. Gobernaba el
país Manuel Pardo, quien
lo pensionó juntamente con otros estudiantes, por cuenta del Estado, como becario en la Academia Militar de Richmond, en el Estado de Virginia, EEUU.
Agitado su espíritu por la larga
y cruenta lucha que libra el pueblo cubano,
enardecido por las noticias que llegan hasta él dando cuenta del heroísmo
derrochado en los combates por las huestes republicanas decide marchar a la
isla de Cuba y cooperar en sus luchas por la
independencia.
EN LA GUERRA DE INDEPENDENCIA DE CUBA
En 1874,
partió para Cuba, acompañado por su hermano Justo y su
medio-hermano paterno Grocio que
se alistaron también en el ejército libertador. Toma parte Leoncio Prado en las
principales acciones de guerra, pero no está satisfecho. Cree que su aporte
personal no es del todo eficaz. Sueña con acciones mayores y sin sujeción a
disciplinas, donde pueda desarrollar iniciativas que den resultados grandiosos.
Ese carácter le lleva a diseñar un proyecto audaz que asombra por su magnitud.
Decía Leoncio Prado: “Los buques con que debemos combatir están bajo bandera
española”. Y explica su audaz proyecto que consiste en capturar
dichos buques y volverlos contra los españoles,
después de hacer prisionera a su tripulación.
Luego de bregar mucho, logra
convencer a los altos mandos republicanos cubanos, quienes le dan pase a su
audaz proyecto. Al respecto, el Presidente de Cuba Tomás Estrada Palma, le
escribe:
“Camagüey,
agosto 6 de 1876
Señor Leoncio Prado
Oficial de la Marina Peruana
Muy estimado señor Prado:
La atenta carta de Ud. Que me ha sido entregada por el Coronel Fernando López de Queralta, bastaría a falta de otras razones, para demostrar los ardientes deseos que Ud. anima a favor de la causa de Cuba.
Teniendo antes de ahora noticias de los generosos esfuerzos realizados por Ud., con el propósito de tomar parte activa en la contienda de que son testigos nuestros campos hace 8 años y que tienen por único objeto constituir una patria independiente y libre.
Yo me congratulo de manifestar a Ud., nuestro justo agradecimiento; pero al mismo tiempo me siento apesarado de no poder secundar desde luego el importante proyecto concebido por Ud., y del cual me ha dado pormenores el Coronel Queralta.
En el presente caso, como en los demás de igual naturaleza, tengo que sujetarme a las reglas y prácticas establecidas en nuestra joven República.
Por eso he creído conveniente remitir a informe del señor Agente General, el proyecto de Ud., a fin de que procediendo al estudio necesario poseamos mayores probabilidades de acierto si llegase a estimarse posible su ejecución.
Me complazco decir a Ud., que su joven hermano Grocio se halla perfectamente bien. He resuelto que permanezca a mi lado, a fin de tener cerca la oportunidad de expresarle mi estimación. Sírvase admitir Ud., el testimonio de mi alto aprecio y las seguridades de mi amistad.
Oficial de la Marina Peruana
Muy estimado señor Prado:
La atenta carta de Ud. Que me ha sido entregada por el Coronel Fernando López de Queralta, bastaría a falta de otras razones, para demostrar los ardientes deseos que Ud. anima a favor de la causa de Cuba.
Teniendo antes de ahora noticias de los generosos esfuerzos realizados por Ud., con el propósito de tomar parte activa en la contienda de que son testigos nuestros campos hace 8 años y que tienen por único objeto constituir una patria independiente y libre.
Yo me congratulo de manifestar a Ud., nuestro justo agradecimiento; pero al mismo tiempo me siento apesarado de no poder secundar desde luego el importante proyecto concebido por Ud., y del cual me ha dado pormenores el Coronel Queralta.
En el presente caso, como en los demás de igual naturaleza, tengo que sujetarme a las reglas y prácticas establecidas en nuestra joven República.
Por eso he creído conveniente remitir a informe del señor Agente General, el proyecto de Ud., a fin de que procediendo al estudio necesario poseamos mayores probabilidades de acierto si llegase a estimarse posible su ejecución.
Me complazco decir a Ud., que su joven hermano Grocio se halla perfectamente bien. He resuelto que permanezca a mi lado, a fin de tener cerca la oportunidad de expresarle mi estimación. Sírvase admitir Ud., el testimonio de mi alto aprecio y las seguridades de mi amistad.
T. Estrada”
Carta del presidente de Cuba Tomás Estrada Palma a Leoncio Prado
Gutiérrez
Dos meses después de esta carta,
el Teniente Coronel Pío Rosado, recibió, en Nueva York, la siguiente comunicación oficial:
Agencia General
de la República
New York, octubre 6 de de 1876
Señor Teniente Coronel
Pío Rosado
Ciudadano:
El C. Secretario de Relaciones Exteriores, me comunica en nota Nº 36 fechada en 6 de agosto, lo que a continuación transcribo:
“El Presidente de la República se ha servido disponer comunique Ud., al Teniente Coronel Pío Rosado y Teniente Coronel A.M. Aguilera, la resolución recaída al proyecto presentado por los mismos en unión del Coronel Queralta y señor Leoncio Prado, desde Kingston, julio 8 de 1876, aplazando ocuparse del asunto en oportunidad favorable, entendiéndose que dicho aplazamiento no afectará la obligación en que están aquellos jefes de cumplir con lo previsto en la Ley de 16 de marzo del corriente año, relativo al regreso de los militares al territorio de la República”.
Lo que comunico a Ud., suplicándole acusar recibo de la presente.
P. y L. Miguel Aldana
Señor Teniente Coronel
Pío Rosado
Ciudadano:
El C. Secretario de Relaciones Exteriores, me comunica en nota Nº 36 fechada en 6 de agosto, lo que a continuación transcribo:
“El Presidente de la República se ha servido disponer comunique Ud., al Teniente Coronel Pío Rosado y Teniente Coronel A.M. Aguilera, la resolución recaída al proyecto presentado por los mismos en unión del Coronel Queralta y señor Leoncio Prado, desde Kingston, julio 8 de 1876, aplazando ocuparse del asunto en oportunidad favorable, entendiéndose que dicho aplazamiento no afectará la obligación en que están aquellos jefes de cumplir con lo previsto en la Ley de 16 de marzo del corriente año, relativo al regreso de los militares al territorio de la República”.
Lo que comunico a Ud., suplicándole acusar recibo de la presente.
P. y L. Miguel Aldana
A.G.”.
"Para ser completa la
emancipación de la América Colonial,
el mar Atlántico reclama
un 2 de mayo tan americano y concluyente como lo tuvo
el mar Pacífico en
las aguas del Callao”. Con este pensamiento, escrito en
una de sus cartas, Leoncio Prado no podía amilanarse ante la negativa del gobierno
cubano para poner en práctica su plan. Solicita y obtiene una patente de corso a fin de proceder por su cuenta y
riesgo. Había reunido a una élite de valientes jóvenes cubanos. Contaba además
con todo el apoyo de su padre, el Presidente del Perú,
que en todo momento favoreció privada y oficialmente la noble causa de la
independencia cubana.
Leoncio Prado seleccionó a un
grupo de valientes cubanos decididos a ir a la muerte si fuera preciso por el
ideal de la libertad. Los conjurados eran 10 jóvenes, perfectamente
disciplinados para la empresa cuyas proyecciones y ejecución ignoraban y confiando
solamente en el valor, la audacia y la inteligencia de su jefe. Estos valerosos
cubanos fueron: Capitán Manuel Morey,
Domingo Vélez, Pedro Castero, Miguel Gutiérrez Pití, Eduardo Deetgan, Manuel
Blanco, Leonardo Álvarez, Eugenio Carloto, Casimiro Brea e Ignacio Zaldívar.
Se reunieron todos en Kingston, Jamaica y de ahí se dirigieron
a los diversos puertos, donde debían esperar las instrucciones finales. Los
últimos en partir fueron Leoncio Prado, Manuel Morey y Domingo Vélez, para reunirse
nuevamente en Puerto Plata, República Dominicana. Todos se
reunieron el 3 de noviembre en Puerto
Príncipe, Haití.
El 7 de noviembre llegó a Puerto Plata el
vapor español “Moctezuma”, procedentes de Saint Thomas y con destino a los puertos de
Cuba. El “Moctezuma” estaba armados con dos cañones y
tripulado por 60 hombres y al servicio
del gobierno español de Cuba. Prado al tomar conocimiento de la importancia del
buque y de que salía el mismo día, resolvió embarcarse en él, sin esperar la
llegada de los conjurados de Saint Thomas. Apresuradamente hizo guardar en el
equipaje doce machetes y ordenó que
sus pocos compañeros se armaran con revólveres, tomando pasajes escalonadamente a
fin de no despertar sospechas.
CAPTURA DEL NAVIO DE GUERRA ESPAÑOL "MOCTEZUMA"
Para abordar el buque, pasaron
por comerciantes ambulantes de diferentes
nacionalidades, alojándose en la cubierta del buque, salvo Leoncio Prado,
Manuel Morey y Domingo Vélez, que se acomodaron en primera clase.
El Moctezuma zarpó
a las 14H00 de Puerto Plata, haciéndose a la mar.
Fue en este momento que Leoncio Prado, da a conocer a sus compañeros el plan
que consistía en apoderarse del buque, rindiendo a la tripulación cuando se
encontraran en alta mar. Dispuso el emplazamiento de sus hombres, que estaban
armados con revólveres, ya que los machetes no pudieron sacarlos del equipaje
por encontrarse ellos en cubierta a la vista de la marinería española. Cuatro
conjurados se situaron a proa de la nave, para
arrollarlos empujándolos hacia popa, otros cuatro tomaron
emplazamiento en las escalas que conducían a los compartimentos bajos, para
impedir la subida de los que en ellos se encontraren; Prado, Morey y Vélez se
encargarían de rendir al Comandante del buque y a sus oficiales a la hora de
la comida, cuando estuvieran reunidos en el comedor que estaba situado en la
toldilla de popa.
Eran las 18.00 cuando sonó la
alarma llamando a comer; cada cual se dirigió a su puesto señalado de antemano,
mientras el pasaje, el capitán y la oficialidad se encaminaban al comedor.
Morey tomó asiento en la mesa de oficiales. Prado y Vélez se habían retrasado
expresamente, esperando que todos estuvieran sentados en sus mesas. En el
momento oportuno, Leoncio Prado, seguido por Vélez, apareció en la puerta del
comedor y con voz fuerte dijo: Capitán Cacho Leonardo José Cacho Ceballos, Suances 1828-1876), en nombre
de la República de Cuba que se halla en guerra con España lo hago a usted mi
prisionero y le demando me rinda el vapor.
Todo el pasaje escuchó con
estupor, lo pronunciado por Leoncio Prado. El Capitán reaccionando,
contestó: Me parece que Usted está de broma, a lo que Prado
respondió: Hablo de veras, no haga usted resistencia y los desembarcaré
a todos en lugar seguro.
Pronunciadas estas palabras, se
produjo un momento de confusión entre la oficialidad del buque; pero más
calmados se enfrentaron a los conjurados. La vajilla servía de armas. Prado
recibe un golpe en la cabeza que le hace perder el conocimiento. Vélez dispara
su arma contra el Comandante de la nave, matándolo. Entretanto Prado reacciona
y lucha contra la oficialidad con un puñal. Finalmente, pasados los momentos de
confusión y lucha, los oficiales son reducidos al igual que la tripulación. El
propio Leoncio Prado iza la bandera de Cuba en el mástil del Moctezuma.
La primera disposición de Leoncio
Prado como Comandante de la nave, fue que se diera atención a los heridos y se
sepultara en el mar a los muertos en la refriega. Eran la 19h00 y todo había
concluido. La tripulación del buque fue encerrada en las bodegas y la
oficialidad en la cámara de popa y ordena el cambio de nombre de la nave
de Moctezuma a Céspedes, en homenaje al paladín de
la libertad cubana.
Al día siguiente, el Céspedes se
encontraba a cuatro millas de Puerto Paix,
al norte de la isla Fortuna. Ordenó Leoncio
Prado desembarcar el pasaje, a la oficialidad y la tripulación a excepción de 6
marineros y los maquinistas necesarios para las maniobras del buque. Se les
permitió llevar sus efectos personales y a los que no tenían recursos, se les
dio dinero necesario, previa firma de recibos; en estos socorros se invirtió
500 pesos de los 2.000, que se encontraron a bordo.
La noticia de la captura
del Moctezuma causó enorme sensación en todo el continente y en España. El Senado español se reunió y solicitó
a las naciones de América, dar tratamiento
de piratas a los conjurados. Brasil y todas las
naciones de América rechazaron tal solicitud.
ODISEA DEL RENOMBRADO NAVIO ESPAÑOL MOCTEZUMA AHORA NAVIO CUBANO "CESPEDES"
Leoncio Prado, tenía que buscar
recursos para poder operar la nave y comisiona a ello a Domingo Vélez, quien
desembarca del Céspedes para cumplir su nueva misión.
Inmediatamente, Leoncio Prado y su nave, hacen rumbo a Laguna Catarazca escapando de los españoles
en donde decidió esperar los acontecimientos. La poca profundidad de la bahía, impidió que el buque anclara e hizo
rumbo al cabo Gracias a Dios al que llegó el 27 de noviembre de 1876.
Bajó a tierra y se presentó a las autoridades con la documentación del
comandante Cacho, sin despertar sospecha alguna.
La primera preocupación de
Leoncio Prado en cabo Gracias a Dios - a orillas del Mar Caribe, entre Honduras
y Nicaragua- fue encontrar un fondeadero seguro para el Céspedes y
para ello comisionó a Morey para que en un bote recorriera la costa del
cabo. Morey partió con dos de los tres marineros españoles que quedaron en la
nave. La embarcación de Morey zozobró y los marineros españoles escaparon.
Leoncio Prado, comprendió el peligro que corrían y determinó partir
inmediatamente. Procuró conseguir carbón, encontrando sólo 18 toneladas, lo cual era insuficiente. Todas
estas contingencias detuvieron al Céspedes 21 días en Cabo Gracia de Dios, luego de los cuales
partió con rumbo desconocido. A la partida del Céspedes, los
marineros españoles se presentaron a la autoridad consular española quien
determinó fletar el buque Maud Borbón, en el que se despachó a los
citados marineros a Cuba, llevando los pliegos reservados con la narración de
los hechos, desde la captura del Moctezuma hasta la partida
del Céspedes del cabo Gracia de Dios.
Enterado de los acontecimientos,
el Gobierno español de Cuba dispuso que la fragata Jorge Juan y los
transportes Bazán y Fernando el Católico al
mando del comandante J. Rada salieran en persecución del Céspedes,
a la vez que ordenaba la prisión de todos los tripulantes del Moctezuma en Santiago de Cuba, a bordo del crucero Churruca,
cuyos oficiales se mordían los labios… sin comprender cómo 60 hombres
habían rendido el buque dándose prisioneros de 10 cubanos. Incluso el
pasaje del buque fue perseguido por las autoridades españolas, teniendo en un
caso, que intervenir el cónsul francés en Santiago de Cuba, para liberar
a la Señora Hurtado y sus hijas de ser apresadas en el Churruca, al
encontrarse como pasajeras del vapor francés Columbia,
de donde habían sido desembarcadas.
El Jorge Juan, hizo
su aparición en cabo Gracias a Dios. Por falta de carbón el Céspedes se
vio obligado a recalar en Troappe,
donde el día 3 de enero de 1877,
fue avistado por el “Jorge Juan”. Temprano ese día, el “Jorge Juan”
fue avistado por un marinero español, que se calló el hallazgo y sólo recién a
las 10H00, Leoncio Prado y sus tripulantes, se dieron cuenta que estaban
bloqueados.
Sin combustible, a más de
500 m de la playa,
la escapatoria era imposible; Leoncio Prado con serenidad, ordenó echar los
botes al agua, y ordenó a la tripulación embarcarse en ellos. Él quedó en el “Céspedes”
con el Capitán Morey. Entretanto, el “Jorge Juan” acortaba distancias
con cautela para evitar alguna desagradable sorpresa. Cuando el “Jorge Juan”
se puso a tiro de cañón,
descargó la artillería de su nave. Prado y Morey hacen volar el “Céspedes”
prendiendo fuego a la santabárbara de la nave, lo que produce una terrible
explosión. El “Jorge Juan” que se acerca cautelosamente al buque
incendiado, comprueba la “completa destrucción del corsario y su gente”.
Tanto Prado como Morey, habían
abandonado el buque antes de la explosión y esperado la noche para
nadar hasta la playa, guiándose por el resplandor del incendio; el “Jorge
Juan”, luego de comprobar la destrucción del “Céspedes” y de recoger
a los marineros de la playa, se retiró. A Leoncio Prado y a Morey, se les
unieron algunos marineros en la playa. Estos anduvieron varios días pasando
hambre, frío, calor y las más diversas penalidades. El historiador cubano Eladio Aguilera,
relata, en una de sus obras la odisea:
“Aflictiva fue
la situación de Prado y sus compañeros así que dejaron el vapor.
Encontráronse en la extensa costa de los mosquitos entre espesos
manglares, sin caminos, andando al acaso entre el fango, finalmente decidieron
hacer rumbo al oeste, en esta deplorable situación, anduvieron mucho, hasta que
el territorio se hizo escabroso, entonces sufrieron nuevas penalidades, pues
como estaban descalzos por haber perdido los zapatos, la marcha fue penoso.
“Gradualmente el país se convirtió en montañoso y con esto aumentaron sus
sufrimientos”.
Con los pies llagados, rendidos de fatiga, sin alimento ni agua algunas veces, sin
caminos, perdidos en aquellas soledades, sin más amparo que la Divina
Providencia, era forzoso seguir adelante.
Finalmente encontraron la choza de un indio, éste les dispensó
los auxilios que su miserable estado le permitía y allí se repusieron un tanto,
continuando luego su penosa marcha.
Las condiciones
fueron mejorando según avanzaban por el territorio civilizado, hasta que por
último llegaron al Puerto de Corinto en el Pacífico”.
Historiador Eladio Aguilera
Entre tanto, el 19 de enero de 1877,
sin saber lo que había pasado con el “Céspedes”, salía del puerto
de Colón el General Cubano Rafael Quezada con rumbo a Nicaragua a bordo de la goleta Luisa,
llevando carbón y pertrechos de guerra para el Céspedes. La nave
llegó a San Juan del Norte y
de ahí, en una lancha llegaron a Troappe, en donde se enteró de la tragedia
del Céspedes. El 25, regresa al fondeadero del “Luisa” y
emprende viaje al Cabo Gracia de Dios. Quezada en el Cabo Gracia de Dios,
dispuso la búsqueda de los náufragos, proveyendo de los fondos necesarios para
la expedición, la que partió inmediatamente remontando el río Wankez, llamado
también Segobia, con el propósito de atravesar la región hasta Honduras. El general Quezada retornó a Colón,
el día 13 de febrero,
lleno de incertidumbre sobre la suerte de los náufragos del Céspedes.
Mientras eso ocurría en el Luisa,
Leoncio Prado del puerto de Corinto, se dirigió a Estados Unidos, en donde se entrevistó con el
Agente General de Cuba, señor Aldana, a quien dio detalles de todas las
vicisitudes de la captura y correrías del Moctezuma. El Gobierno Cubano premió a Leoncio Prado, héroe del “Moctezuma”,
dándole la alta clase de Coronel. Hoy su retrato figura
entre los patriotas de la Galería del Ayuntamiento de La Habana, siendo considerado entre los
próceres de la Independencia de la República de Cuba.
INDEPENDENCIA DE FILIPINAS
De los Estados Unidos de Norteamérica, Leoncio Prado emprende
viaje al Perú, para reponer su organismo gastado por la campaña libertaria de
Cuba. El 11 de abril de 1877 se embarca rumbo al Callao y ese mismo día un
diario de Albany, escribe sobre él:
Se dirige al
Perú el señor Leoncio Prado, cuyo nombre se ha hecho célebre con motivo de la
captura bélica del vapor Moctezuma.
Se llega a surgir como es de esperarse, la causa de la libertad de Cuba, no dudamos que el nombre del señor Prado pasará a la posteridad lleno de gloria inmarcesible que se merece, figurando al lado de los Céspedes, los Agramante, los Agüero y tantos otros héroes que sostienen y han sostenido una lucha tan desigual como gloriosa contra el poder de España a fines del siglo en que vivimos, que es de libertad y de progreso
Se llega a surgir como es de esperarse, la causa de la libertad de Cuba, no dudamos que el nombre del señor Prado pasará a la posteridad lleno de gloria inmarcesible que se merece, figurando al lado de los Céspedes, los Agramante, los Agüero y tantos otros héroes que sostienen y han sostenido una lucha tan desigual como gloriosa contra el poder de España a fines del siglo en que vivimos, que es de libertad y de progreso
El 1 de mayo de 1877,
llega a Lima, aureolado por sus hazañas en Cuba. Poco tiempo descansa en Lima y
emprende el retorno a los Estados Unidos y, es ahí donde concibe la idea de
intervenir en la independencia de Filipinas. Ya que según su criterio, la
independencia de las Filipinas, haría más fácil el triunfo de la revolución
emancipadora en Cuba. Con el apoyo de patriotas cubanos la expedición quedó
lista. La empresa fracasó, pues la embarcación que conducía a los expedicionarios,
zozobró, en un terrible temporal, frente a las costas de China.
Salvado del naufragio, recorre Europa, ocultando su nombre, porque ya por esa
época se le perseguía sin piedad, sobre todo España, por sus ideas libertarias.
De Europa se traslada a Estados Unidos, en
enero de 1878. Nuevamente prepara otra expedición para la independencia de las
Filipinas, cuando se entera del posible conflicto entre Perú y Chile.
En 1879, ante la grave situación planteada por
Chile, Leoncio Prado, decide retornar al Perú.
LA GUERRA DEL PACIFICO
A su llegada, el gobierno lo
comisiona a Estados Unidos para
la compra de armamentos. El 9 de agosto retorna al Perú y el 15 del mismo mes se embarca
hacia Arica, en donde se encontraba su padre el
presidente Mariano Ignacio Prado, a quien solicita un puesto en la guerra.
Leoncio Prado retorna al Callao para recibir a sus hermanos Justo y Grocio, que
regresaban de los campos de batalla cubanos.
Al respecto, escribía Leoncio
Prado: "Mis hermanos deben llegar a ésta el 12 del corriente (septiembre) y
como es natural a mí me toca definir sus respectivas situaciones colocándolos
del mejor modo posible...Han llegado sin novedad, Antonio (Manuel
Antonio Prado) ha sacado para ellos los despachos de Capitanes y
marchan al frente". Justo y Grocio Prado obtienen grados similares a
los que tenían en el Ejército de Cuba.
Leoncio Prado parte nuevamente a Arica, en donde espera sus órdenes. "Cansado
de esperar una resolución cualquiera, respecto a mi persona, me resolví venir a
este puerto, con el objeto de deslindar definitivamente mi situación, que
cuando es incierto es desesperante".
El gobierno le asigna la
organización de un cuerpo de torpederas que debía actuar en la Isla del Alacrán del
puerto de Arica. Se instala en un islote y desde ahí prestó importantes
servicios al Perú, ya vigilando las costas peruanas, ya haciendo retroceder al
enemigo cuando intentaba sus sorpresivos ataques, ya luchando en cooperación
con el Manco Cápac, tal como consta en los partes de guerra del Combate Naval que se realizó el 24 de febrero de 1880.
JEFE DE GUERRILLEROS EN EL SUR PERUANO
A la subida al poder del
civil Nicolás de
Piérola Villena, viene la reorganización del ejército y Leoncio
Prado recibe la orden de formar y comandar un cuerpo de guerrilleros para
actuar independientemente pero en conexión con la jefatura Suprema, que la
ejercía el contralmirante Lizardo Montero, Comandante en Jefe del
Ejército del Sur.
En esa condición asistió a
la Batalla del
Alto de la Alianza, “donde se batió con singular denuedo” y
luego, cubriendo la retirada cuando se produjo el desastre del ejército aliado.
Los “Guerrilleros de Vanguardia” del Coronel Leoncio Prado dieron mucho que
hacer al ejército chileno en la campaña del sur, al atacar sus avanzadas o
filtrándose por sus líneas para caer por retaguardia atacándolas para
desaparecer enseguida, dejando desorientados a los chilenos. Era tan eficaz la
acción de Leoncio Prado que el comando del ejército chileno destacó al
coronel Orozimbo Barbosa Puga para,
que con fuerzas muy superiores, persiguiera a los “Guerrilleros de Vanguardia”.
PRISIONERO DE GUERRA EN CHILE
La situación de Leoncio Prado y
sus guerrilleros se tornaba cada día más peligrosa. La persecución del Coronel
Orozimbo Barbosa, terminó el 21 de julio de 1880,
en Tarata, donde se entabló una singular batalla con la pequeña fuerza de Prado. Una lucha feroz de generalizó. Los guerrilleros
fueron cayendo uno a uno, resistiendo a pie firme las acometidas del enemigo. La Batalla no podía durar mucho y, no duró. Las superiores fuerzas chilenas,
hicieron que los guerrilleros fueran cayendo, los que fueron muertos en su gran
mayoría. Al final de la misma, Leoncio Prado se encontraba entre un
hacinamiento de cadáveres y heridos. Un oficial chileno, viéndolo luchar con denuedo
con las ropas destrozadas, evita que sus soldados disparen contra él. Lo
conduce prisionero ante el Coronel Orozimbo Barbosa quien después de oír el
relato de la Batalla, Le dice: “Quiero que mis oficiales se honren con la compañía
de usted”.
Fue trasladado a Chile, con
grandes consideraciones siendo internado en la prisión de San Bernardo,
rechazando varias veces el ofrecimiento de libertad que tenía por condición
"comprometerse a no volver a empuñar las armas". Pero, finalmente,
considerando que prisionero era nula su contribución a la causa de la
resistencia, fingió aceptar la propuesta, quedando en libertad. Poco después,
dando muestra de que no acataría la condición impuesta, escribió: "Cuando
la patria se halla subyugada, no hay palabra que valga sobre el deber de
libertarla"
LIBRE RETORNO DE INMEDIATO A TOMAR LAS ARMAS EN LA PATRIA
Llegó al Callao en febrero de
1882, informándose de inmediato sobre la lucha que en el Perú Rural libraba el
Ejército de La Breña al mando del General Andrés Avelino Cáceres. Buscó motivar
el ideal de la resistencia en el círculo capitalino que frecuentaba, pero sus
exhortaciones no fueron escuchadas, escribiendo con decepción: "Lo que
me apena es ver que en estos momentos que se juega la última esperanza de la
patria, haya hombres todavía egoístas que se resisten a contribuir en una forma
o en otra, a la defensa de la patria".
Leoncio Prado y su espíritu es
presa de la amargura y del dolor al contemplar la aflictiva situación de la capital
bajo la dominación chilena. Su alma altiva no puede sufrir la humillación y
resuelve emprender campaña contra el ejército invasor.
Eludiendo la vigilancia que sobre
él ejercía el enemigo, Leoncio Prado pasó a Huánuco con intención de plegarse a
la resistencia guerrillera que allí conducía su hermano el Capitán Justo Prado.
Pero a poco de su llegada lo vio morir de pulmonía, desgracia que no hizo sino
retemplar su espíritu. Tomó el mando de la pequeña partida de guerrilleros
de Huánuco.
Logra reunir ochenta jóvenes
capitaneados por el Mayor Heraclio Fernández y el doctor Enrique Rubín y con
ellos marcha a Cerro de Pasco, y
de esta provincia, en número de 150, se dirigen a las alturas
de Canta y Chancay.
Al principio esta fuerza sólo estaba armada de puñales y rejones y algunas
armas de fuego. Bajan hasta Palpa y de allí por las alturas llegan a Sayán
desde donde asedia Huacho, que estaba ocupado por un destacamento enemigo.
Finalmente establece su cuartel general en Vista
Alegre, que era una magnífica posición estratégica.
Los guerrilleros de Leoncio Prado
no vestían traje militar sino el de paisano, y en su mayoría poseían caballos,
lo que facilitaba sus incursiones hasta cerca de la costa. Apoyado por el
pueblo indio de Ihuarí, distante de Chancay 20 leguas, los patriotas tenían
localizadas sus avanzadas en el punto denominado Piedra Parada, en el camino
que conducía a Sayán. Varios hacendados de la región secundaban los esfuerzos
de Prado, proporcionándole toda clase de bastimentos. Y todos los campesinos lo
apoyaban con decisión, conformando los cuadros de combatientes y sirviendo en
tareas de vigilancia y espionaje. Invistiendo grado de Coronel, Prado dirigió personalmente
la instrucción militar de esos contingentes, contagiándoles su fervor patriótico
con arengas como aquélla que dirigiera a sus paisanos: "Hermanos de mi
alma, hijos de mi pueblo: Sabed que las balas del enemigo no matan y que morir
por la patria es vivir en la inmortalidad de la gloria".
Tan pronto como el comando
chileno toma conocimiento de la formación del cuerpo de guerrilleros a órdenes
de Leoncio Prado y de su proximidad a la costa, dispuso de fuerzas importantes
para que los persiguieran y los exterminaran. Se inicia así la persecución,
pero Leoncio Prado en aplicación de una “estrategia de desgaste y atracción
a terreno propicio para golpear certeramente”, emprendió la retirada a las
altas serranías de la provincia de Chancay. Antes de abandonar Vista Alegre dejó
un grupo de guerrilleros convenientemente parapetados, “con la consigna de
cubrir su retirada”. El jefe chileno de la avanzada al descubrir dicha
posición dispuso el ataque.
Después de una corta refriega,
que resisten los defensores, proceden al asalto, y ya cerca de la cumbre se ve
rodar a uno, dos tres soldados. No hay duda que resisten. Continúa el fuego y
las tropas chilenas toman la posición donde les esperaban, imperturbables, un
pelotón de muñecos agujereados por las balas chilenas... El eco que respondía
al traqueteo de la fusilería chilena, las nubes de polvo y el rodar de piedras,
habían dado la ilusión perfecta del combate.
Cubierta la retirada. La guerrilla
de Leoncio Prado se establece definitivamente en las escarpadas serranías de
Chancay. El cuartel general se establece en Jucul, posición que fue
convenientemente parapetada aprovechándose su ventajosa ubicación. Desde ahí
tuvo en jaque durante cinco meses, hasta abril de 1883,
a las fuerzas chilenas comandadas por los jefes chilenos Castillo y Marchand,
que no sólo no pudieron darle caza sino que se vieron impedidos siempre de
acercarse al cuartel general de Jucul.
Los indios de las alturas Santa Cruz, Paccho y otros pueblos más, recorrían
grandes distancias para traer al cuartel general de Leoncio Prado, ya un rifle,
ya cartuchos o alimentos para los combatientes. Prado había incrementado
sustancialmente su fuerza guerrillera. Al respecto escribía: “A pesar de
muchos tropiezos, cada día voy mejor; pues ya cuento con trescientos hombres
bien armados. A este paso creo que pronto contaré con mil y entonces mucho
tendrán que hacer los chilenos conmigo. La columna que manda Fernández está
preciosa lo mismo que el escuadrón del doctor Rubín. Está a mi lado como jefe
de Detall el Coronel Alcázar”.
Así la situación y sintiéndose
fuerte con su tropa equipada con armas capaces de contrarrestar a las de los
chilenos, baja a Sayán,
donde se encuentra con el Coronel Isaac Recavarren quien estaba comisionado por
el General Andrés Avelino
Cáceres para formar el Ejército del Norte. En esa condición,
pide a Prado las fuerzas que comandaba aduciendo razones de carácter
disciplinario. Prado contrariado, entregó las tropas y su plaza al Coronel
Recavarren y se quedó con su escolta compuesta exclusivamente por jóvenes
huanuqueños. Con esta escolta se dirigió a Aguamiro donde se reunió con el General Cáceres quien le señaló el puesto de Jefe de Estado Mayor de la Primera
División del Ejército del Norte bajo el inmediato comando del Coronel Isaac Recavarren. Los guerrilleros de Leoncio
Prado sintieron el cambio de jefatura, y quizá esto fue la causa de las
numerosas deserciones de las tropas del Coronel Isaac Recavarren antes de
llegar a Huamachuco.
LA BATALLA DE HUAMACHUCO
El General Andrés Avelino
Cáceres, se había replegado al norte del Perú, donde esperaba le
fuera más propicia la campaña. El comando chileno que esperaba en el Departamento de
La Libertad, destacó a la división del Coronel Alejandro
Gorostiaga Orrego para cerrarle el paso e impedir se le uniera
el Coronel Isaac Recavarren, que operaba en el departamento de Ancash. La división del coronel Arriagada
pisaba la retaguardia del ejército de Cáceres.
Cáceres mediante una hábil,
maniobra hace que el Coronel Arriagada contramarche, deshaciéndose así de este
enemigo, al mismo tiempo que se unía a las tropas del Coronel Isaac Recavarren.
Al tener conocimiento de esto, el Coronel Gorostiaga se repliega sobre
Huamachuco solicitando refuerzos con urgencia.
Dadas las continuas marchas
desde Tarma, por las escarpadas cordilleras andinas,
las tropas de Cáceres se encontraban enfermos, semidesnudos y hambrientos; tan
extenuados estaban que cuando se encuentran en el paso de los Tres Ríos, con el
refuerzo solicitado por Gorostiaga, no pudieron darle alcance. Cáceres
entonces, apelando al patriotismo de sus tropas y mediante un gran esfuerzo,
logró conducirlos por caminos extraviados e infernales a las alturas de
Huamachuco, y a las 15H00 del día 8 de julio de 1883, disparaba los primeros cañonazos
sobre la plaza ocupada por el invasor chileno. Los chilenos sorprendidos,
apenas tuvieron tiempo para retirarse del cerro Sazón, posición inexpugnable
que de antemano tenían preparada. Tomada la plaza de Huamachuco por parte del
ejército peruano, al día siguiente se suceden algunas escaramuzas hasta el día
10.
Al terminar el segundo día de la
ocupación de la plaza de Huamachuco (9 de julio de 1883) por parte de las
fuerzas peruanas, quedó concertado el plan de batalla. Todo estaba listo, pero
la fatalidad hizo que en la noche la División del Coronel Recavarren no pudiera
ocupar el emplazamiento que se había señalado, lo que malogró todo el plan
trazado por el General Andrés A. Cáceres Dorregaray. En vista de esta
contrariedad, el alto comando peruano resolvió aplazar el encuentro. Pero ya en
la madrugada del día 10, un sector, hasta el que no había llegado la orden de
aplazamiento, rompió los fuegos, comprometiendo a todas las líneas. Así, la
batalla intempestivamente adquirió todo su fragor.
El arrojo de las fuerzas peruanas
se sucedía al contragolpe chileno; la lucha encarnizada se desarrollaba en la
pampa. De pronto las tropas chilenas se repliegan a sus primeros parapetos; el
empuje peruano en desesperado esfuerzo se redobla; los combatientes ascienden
al cerro Sazón, la inexpugnable posición chilena; las bandas del ejército
peruano tocan dianas triunfales y en la cumbre del cerro se vislumbra la
victoria. Más en este preciso momento, uno de los cuerpos peruanos agota sus
municiones; un grito fatídico, escalofriante recorre las filas peruanas: "¡Municiones!…
¡municiones!..." Las tropas chilenas percatadas de tan inesperada
contingencia, salta sobre las trincheras peruanas y avanza, produciéndose la
derrota de las fuerzas de Cáceres.
En el fragor de la batalla,
Leoncio Prado cae al suelo desmontado, producto de la explosión de una granada
y trata de levantarse. Sus ordenanzas levantan su cuerpo, mientras el herido
sólo atina a decir: “¡Mi caballo…, mi caballo…!”. Pese a sus esfuerzos,
no le es posible continuar en batalla debido la gravedad de su herida.
Esquirlas de la granada chilena le ha astillado la pierna…. Sus ayudantes lo
vuelven a montar y lentamente lo sacan del campo de batalla. Tras él sólo queda en el
escenario bélico el desaliento precursor de la derrota.
Y sobreviene la hecatombe del
Ejército Peruano de la Breña.
Al caer la tarde, retirándose del
campo de batalla, Leoncio Prado y sus ayudantes son alcanzados por el General Andrés Avelino Cáceres, con sus ayudantes y algunos jefes. Al preguntar quién era el herido,
Leoncio Prado, se reincorpora y le dice: “Mi general, soy el Coronel Leoncio
Prado. He cumplido con mi deber”, enmudeciendo luego.
La comitiva continuó. “Se
movía como el badajo de una campana al vaivén de la bestia”, señaló en un
testimonio el Coronel Samuel del Alcázar,
testigo presencial del hecho.
Al anochecer, ya no fue posible
continuar con el herido, de modo que sus soldados lo depositaron en una cueva
inmediata a la laguna Cushuro. A la mañana siguiente se presentó en el refugio
un sacerdote enviado por el General Cáceres, quien le dio la bendición y los
santos óleos, luego se marchó. Cerca de ahí vivía el indio Julián Carrión, a
quien se le encargó que fuera al pueblo en busca de auxilios. Carrión no sólo
se prestó para tal comisión, sino que refugió al herido en su casa.
CAPTURA Y FUSILAMIENTO DEL HEROE
Según esta versión, Carrión llegó
al pueblo y entregó el recado a personas que no guardaron la discreción del
caso, revelando el nombre del oficial herido. Se extendió la noticia que llegó
al cuartel general chileno, hicieron tomar prisionero a Carrión quien fue
obligado a confesar el paradero del oficial. Un grupo de veinticinco soldados
al mando del Teniente Aníbal Fuenzalida, se dirigió a Cushuro, llevando de guía
al indio Carrión.
Con respecto a ese momento, el
historiador chileno Nicanor Molinare, en su libro sobre la “Batalla de Huamachuco”,
dice:
Una de las
figuras militares enemigas más atrayentes de la guerra del Pacífico, quizá la
que descolló más, por su amor al Perú, por el denuedo con que defendió siempre
sus colores y por su valor indomable, fue, sin duda, la del Coronel Leoncio
Prado.
La muerte de este hombre extraordinario, tiene tonalidades tan
grandiosas, fue tan admirablemente estoico para morir, que como un homenaje a
la memoria de tan valiente jefe peruano, publicamos este emocionante episodio
de su vida, que sin duda es la página más hermosa de la historia del Perú en la
última campaña, tomándola de nuestra Historia de la Batalla de Huamachuco, que
verá la luz pública entre breves días.
Si hubiera
imaginado, compañero, que le iban a fusilar, tenga la seguridad que no lo tomo
prisionero, decía el año próximo pasado mi querido amigo, el Mayor retirado,
Don Aníbal Fuenzalida, refiriéndose al Coronel Leoncio Prado. Figúrese usted,
que Pradito estaba herido gravemente, tenía un balazo horrible en la pierna
izquierda: mire, la tenía hecha astillas, compañero, si lo sabré yo, si lo
recogí de una quebrada el día 13 de julio, dos días después, el 15 temprano,
poco después de las 8 de la mañana, era domingo, lo fusilaron, y en su propia
camilla.
Aquél militar chileno, que había estado al mando del pelotón que
capturó a Leoncio Prado, agregaba, relatando a Molinare la tragedia de
Huamachuco:
Le voy a relatar
punto por punto, todo cuanto sé, respecto al coronel Leoncio Prado, a quien tomé
prisionero, de quien fui amigo cerca de dos días y a quien no vi morir porque
cuando lo fusilaron había yo partido de Huamachuco.
De orden superior de mi jefe, el inteligente Mayor Fuentecilla,
salí temprano el día 13 de julio en comisión a recoger armas y muy
especialmente a buscar dos cañones que faltaron de los doce que había tenido la
artillería enemiga.
Cerro arriba nos lanzamos por el Morro de Flores, altura que queda encima, como quien dice para el sur de Huamachuco; llegamos a la cumbre y una vez en ella bajé con mi tropa para el otro lado, como para Entre Ríos o Silacochas, y con paciencia principiamos a registrar todas las quebradas, vallecitos y hondonadas que forman aquellas agrestes serranías.
Estos cerros que se presentan pelados, sin un arbustito hacia el costado norte para el que mira el pueblo, una vez que descienden hacia Silacochas, principian a cubrirse de vegetación; en sus quebradas se encuentra agua y también árboles y bosquecillos.
Mi tropa andaba dispersa, con orden de no separarse mucho y de registrar con sumo cuidado cuanto rinconcito hubiera; yo disponía de 30 hombres y de mi corneta Vílchez. Quince de los “niños” andaban a caballo, los demás a pie. Como le decía a usted, en partiditas, los soldados recorrían los cerros.
De repente, un artillero, cuyo nombre he olvidado, sintió que alguien se quejaba, más bien dicho, le pareció oír murmullo de una conversación; el hombre preparó su carabina por lo que pudiera acontecer y, con cautela, agazapándose, se fue acercando hacia el lugar de donde creía que venían las voces.
Pocos instantes después le hablan así con voz entera: “Avance Usted sin cuidado, que estoy herido; yo soy el Coronel Leoncio Prado.
Y, efectivamente, mi artillero tenía a su frente, bajo una ramita, lo que los soldados llaman un torito, recostado en el suelo, sobre un cuero de oveja y una manta, a un hombre moreno, la nariz perfilada; de pelo negro y muy crespo y que usaba bigote y una insignificante pera militar.
El herido, sin ser otro, era el Coronel Leoncio Prado, hijo natural del Presidente del Perú, don Mariano Ignacio Prado, y Jefe de Estado Mayor del Ejército del Centro, es decir del primer ejército de Cáceres.
Cuando mi artillero vio herido a Prado, o a Pradito, como todos le nombraban en el Perú, se quedó mirándolo al oír la tranquilidad con que le dirigía la palabra.
Y Pradito, con toda calma, le dijo: “Hazme un favor, dame un tiro aquí, en la frente.
Pídale ese servicio a mi Teniente Fuenzalida”, le contestó el soldado, y corrió a darme parte.
No pasó mucho tiempo y yo y otros soldados más, estábamos al lado del que fue mi pobre amigo el Coronel Prado. ¡Qué hombre tan simpático, tan ilustrado y atrayente, compañero!; mire, encantaba conversar con él, de todo sabía, poseía el inglés y el francés lo mismo que el español; y con él podía usted hablar de artillería y tratar cuestiones guerreras a fondo, porque era hombre buen instruido, de estudio y muy sabido.
En cuanto estuve a su lado y después de darnos un afectuoso apretón de manos, me rogó que lo despachara al otro mundo, porque sufría dolores atroces a causa de la herida, y porque, suponía, le habrían de fusilar. “Naturalmente, le hice desechar tan negra idea, porque imaginé que estando tan gravemente herido, mi Coronel Gorostiaga no lo ejecutaría”. “Compañero”, recuerdo que me dijo a propósito de su herida: “Este pobre chino es tan bueno, que por más que he hecho, no ha querido, cortarme la pierna herida”, y mostraba el muslo izquierdo horrorosamente fracturado encima de la rodilla.
Y nuestra conversación duró el tiempo necesario para armar una camilla y pronto regresamos todos a Huamachuco.
Cerro arriba nos lanzamos por el Morro de Flores, altura que queda encima, como quien dice para el sur de Huamachuco; llegamos a la cumbre y una vez en ella bajé con mi tropa para el otro lado, como para Entre Ríos o Silacochas, y con paciencia principiamos a registrar todas las quebradas, vallecitos y hondonadas que forman aquellas agrestes serranías.
Estos cerros que se presentan pelados, sin un arbustito hacia el costado norte para el que mira el pueblo, una vez que descienden hacia Silacochas, principian a cubrirse de vegetación; en sus quebradas se encuentra agua y también árboles y bosquecillos.
Mi tropa andaba dispersa, con orden de no separarse mucho y de registrar con sumo cuidado cuanto rinconcito hubiera; yo disponía de 30 hombres y de mi corneta Vílchez. Quince de los “niños” andaban a caballo, los demás a pie. Como le decía a usted, en partiditas, los soldados recorrían los cerros.
De repente, un artillero, cuyo nombre he olvidado, sintió que alguien se quejaba, más bien dicho, le pareció oír murmullo de una conversación; el hombre preparó su carabina por lo que pudiera acontecer y, con cautela, agazapándose, se fue acercando hacia el lugar de donde creía que venían las voces.
Pocos instantes después le hablan así con voz entera: “Avance Usted sin cuidado, que estoy herido; yo soy el Coronel Leoncio Prado.
Y, efectivamente, mi artillero tenía a su frente, bajo una ramita, lo que los soldados llaman un torito, recostado en el suelo, sobre un cuero de oveja y una manta, a un hombre moreno, la nariz perfilada; de pelo negro y muy crespo y que usaba bigote y una insignificante pera militar.
El herido, sin ser otro, era el Coronel Leoncio Prado, hijo natural del Presidente del Perú, don Mariano Ignacio Prado, y Jefe de Estado Mayor del Ejército del Centro, es decir del primer ejército de Cáceres.
Cuando mi artillero vio herido a Prado, o a Pradito, como todos le nombraban en el Perú, se quedó mirándolo al oír la tranquilidad con que le dirigía la palabra.
Y Pradito, con toda calma, le dijo: “Hazme un favor, dame un tiro aquí, en la frente.
Pídale ese servicio a mi Teniente Fuenzalida”, le contestó el soldado, y corrió a darme parte.
No pasó mucho tiempo y yo y otros soldados más, estábamos al lado del que fue mi pobre amigo el Coronel Prado. ¡Qué hombre tan simpático, tan ilustrado y atrayente, compañero!; mire, encantaba conversar con él, de todo sabía, poseía el inglés y el francés lo mismo que el español; y con él podía usted hablar de artillería y tratar cuestiones guerreras a fondo, porque era hombre buen instruido, de estudio y muy sabido.
En cuanto estuve a su lado y después de darnos un afectuoso apretón de manos, me rogó que lo despachara al otro mundo, porque sufría dolores atroces a causa de la herida, y porque, suponía, le habrían de fusilar. “Naturalmente, le hice desechar tan negra idea, porque imaginé que estando tan gravemente herido, mi Coronel Gorostiaga no lo ejecutaría”. “Compañero”, recuerdo que me dijo a propósito de su herida: “Este pobre chino es tan bueno, que por más que he hecho, no ha querido, cortarme la pierna herida”, y mostraba el muslo izquierdo horrorosamente fracturado encima de la rodilla.
Y nuestra conversación duró el tiempo necesario para armar una camilla y pronto regresamos todos a Huamachuco.
Usted se
imaginará con cuanto cuidado bajamos aquellos empinados cerros. Qué hombre tan
alentado. Usted supondrá que el camino era harto malo y que aquel hombre no se
quejó una sola vez; hizo el viaje como en una cama de rosas.
Fue encarcelado y sospechó de su
sentencia a muerte cuando el cirujano militar se negó a amputar la pierna
herida. Cosechó simpatías entre los componentes del ejército enemigo y comentó
la buena puntería de los cañones chilenos a la vez que alabó el valor de sus
soldados.
Según la versión chilena el Coronel Leoncio Prado, conocido como "Pradito", fue sentenciado a
muerte por haber faltado a su palabra de oficial. Siendo prisionero de guerra,
fue puesto en libertad bajo palabra de honor de no seguir haciendo la guerra a
Chile. Esta era la única pena posible, para quien a pesar de haber dado su
palabra, fue capturado a consecuencia de una cruenta batalla, en la que se había
comprometido a no participar. Sin embargo es necesario señalar que fueron
fusilados también, Oficiales peruanos que no se encontraban en la
condición de Prado como fue el caso del coronel Miguel Emilio Luna,
el capitán Florencio
Portugal entre otros.
En 1912 el Mayor chileno Aníbal Fuenzalida narró al historiador Nicanor Molinare la forma
en que, según su versión, murió Leoncio Prado2 señalando que cuando fue interrogado
acerca del por qué había incumplido su promesa de volver a pelear, Prado afirmó
"que en una guerra de invasión y de conquista como la que hacía Chile y
tratándose de defender a la Patria, podía y debía empeñarse la palabra y faltar
a ella".
Según el oficial Fuenzalida,
Leoncio Prado dijo que realmente había dado su palabra cuando fue prisionero en
junio de 1880 en Tarata, sin embargo "me he batido después muchas veces;
defendiendo al Perú y soporto sencillamente las consecuencias. Ustedes en mi
lugar, con el enemigo en la casa, harían otro tanto. Si sano y me ponen en
libertad y hay que pelear nuevamente, lo haré porque ése es mi deber de soldado
y de peruano".
El Capitán Rafael Benavente hizo,
por su parte, el relato de los momentos que precedieron al fusilamiento y
también de esta escena. Cuando se le notificó cuál iba a ser su suerte, Leoncio
Prado manifestó que tenía derecho a morir en la plaza y con los honores debido
a su rango porque era Coronel y pertenecía
al Ejército regular del Perú,
pero su pedido no fue atendido y se le indicó que sería fusilado en su propia
habitación.
Luego pidió un lápiz y escribió
la siguiente carta:
"Huamachuco, 15 de julio de
1883. Señor Mariano Ignacio Prado. Colombia. Queridísmo padre:
Estoy herido y prisionero; hoy a las .... (¿qué hora es? preguntó. Las 8.25
contestó Fuenzalida) a las 8:30 debo ser fusilado por el delito de haber
defendido a mi patria. Lo saluda su hijo que no lo olvida Leoncio Prado".
Antes de su ejecución, Leoncio
Prado solicitó tomar una taza de té.
Enseguida, cuando entraron dos
soldados pidió que fuera aumentado su número para que dos le tirasen a la
cabeza y dos al corazón. Al ser cumplido este pedido dio breves instrucciones a
la tropa sobre la trayectoria de sus disparos y agregó que podían hacer fuego
cuando hiciera una señal con la cuchara y pegase tres golpes en el cachuchito
de lata en el que había estado comiendo.
Se despidió enseguida de los Oficiales chilenos, los abrazó, les dijo: "Adiós compañeros". La
habitación era pequeña. Al frente y al pie de la cama se colocaron los cuatro
tiradores y detrás de ellos se pusieron los tres oficiales allí presentes. El
Coronel Leoncio Prado cumplió con dar las órdenes para la descarga. "Todos
llorábamos (manifestó Benavente) todos menos Pradito".
Se mandó fusilar al militar que
había ganado el corazón de sus enemigos, dicen que los integrantes el pelotón
de ajusticiamiento dispararon sus armas con los ojos nublados por la lágrimas.
La muerte de Leoncio Prado se valoró como la de un héroe. Se relata así:
Nos colocamos tras los cuatro soldados; las lágrimas nublaron mi
vista. ¡Todos lloramos, todos, menos Pradito!
Tomó la cuchara, le pegó un golpecito para limpiarla, enderezó
un poco más el cuerpo, se irguió; saludó masónicamente con la cuchara, pegó
pausadamente los tres golpes prometidos, sonó una descarga y, dulcemente,
expiró en aras de su patriotismo, por su nación, por el Perú, el hombre más
alentado que he conocido, el heroico Coronel Leoncio Prado.
El cabo avanzó
dándole un balazo en el pecho, para cumplir con la ley, acabó de apagar así los
latidos de ¡aquél gran corazón que no palpitó sino para servir a su patria
La versión chilena con el vivo
testimonio de los que estuvieron en el sacrificio, es la única fuente primaria
de su muerte, dado que los Oficiales chilenos fueron los únicos que
presenciaron los últimos momentos de Leoncio Prado.
El asistente asiático compale
José a que se refiere el testimonio del capitán Rafael Benavente B.,
fue un cocinero de la familia propietaria del inmueble que sirvió de cuartel
general en Huamachuco a los chilenos, él quedó durante dicha ocupación al
cuidado del inmueble, según Fuenzalida fue encontrado en compañía de Prado
cuando fue capturado, no se menciona nada del guía Julián Carrión ni de la
ejecución de los ordenanzas del Coronel Leoncio Prado: Patricio Lanza y Felipe Trujillo.
Con respecto a la fecha del
fusilamiento, la mayoría de los historiadores, la han confundido, el relato del
historiador chileno Molinare, la fija el 15 de julio.
En los primeros años del siglo
XX, en 1933, se entrevistó a dos residentes de Huamachuco, que por su edad,
debieron estar presentes en la ciudad, aquél día. Eran los señores Fabio Samuel
Rubio y Enrique Moreno Pacheco. Su testimonio dice:
El día 10 de julio de 1883, nos encontrábamos en Huamachuco bajo
la dolorosa impresión de la batalla realizada. Éramos niños. Nuestras familias
al saber el triunfo de los chilenos huyeron con nosotros a Culicanda, donde
teníamos una finca. El sábado 14 regresamos a la ciudad al saber que los
chilenos se retiraban. El domingo 15, muy de mañana, presenciábamos la salida
de las últimas tropas desde un balcón de la casa Pacheco, situada en la plaza
principal. En esto sentimos una descarga de fusilería y con natural curiosidad
nos dirigimos al lugar señalado, que era el cuartel de la artillería chilena,
casa del señor Marino Acosta, y la encontramos desierta. Al penetrar al patio
de dicha casa, en una habitación del lado derecho, vimos un cadáver: era el Coronel Leoncio Prado. Sobre una camilla, recostado el cuerpo en la cabecera
aparecía el héroe. Tenía el rostro bañado de sangre haciéndose visible una
perforación cerca del ojo izquierdo, y su pierna del mismo lado estaba cubierta
de vendas; al lado había un plato y una cuchara y en el suelo una taza.
Como alguien nos dijera que en el segundo patio había otros muertos, nos dirigimos al sitio señalado, encontrando a dos soldados peruanos casi juntos sobre un charco de sangre, en los últimos estertores de la muerte, y cerca de ellos una manta sobre la que estaba esparcido un naipe, consternados nos retiramos, grabándose en nosotros la escena que aún nos parece verla'
Como alguien nos dijera que en el segundo patio había otros muertos, nos dirigimos al sitio señalado, encontrando a dos soldados peruanos casi juntos sobre un charco de sangre, en los últimos estertores de la muerte, y cerca de ellos una manta sobre la que estaba esparcido un naipe, consternados nos retiramos, grabándose en nosotros la escena que aún nos parece verla'
Los cadáveres del segundo patio,
correspondían al de los ordenanzas del coronel Leoncio Prado Gutiérrez,
Patricio Lanza y Felipe Trujillo los cuales son omitidos en el relato del
oficial chileno Fuenzalida y que según el testimonio antes citado aún agonizaban en el mismo lugar en que había
caído lo que indicaría que la ordenanza militar en caso de fusilamiento, que
señala que uno de los soldados debe realizar un tiro de gracia para
asegurar el resultado muerte, no fue cumplida.
HOMENAJE DE LA
PATRIA AL HEROE
Leoncio
Prado Gutiérrez (Huánuco, 24 de agosto de 1853 - Huamachuco, 15 de julio de 1883) fue un Marino peruano que
participó en diversas guerras contra España, en Cuba y Filipinas.
Al final de
la Guerra del
Pacífico, Leoncio Prado muere en 15 julio de 1883 luego de la batalla de
Huamachuco. En su memoria se han
creado diversas instituciones peruanas como el Colegio
Militar Leoncio Prado.
Su padre fue
el presidente Mariano Ignacio
Prado quien manejaba
negocios en Chile antes de la guerra.1
Su hermano Manuel Prado
Ugarteche, fue dos veces elegido
presidente constitucional de la República del Perú, fue quien creo El Colegio Militar de la Nacion : Coronel Leoncio Prado Gutierrez, por Decreto Supremo artículo 94º de la Ley Orgánica de Educación Pública el 27 de agosto de 1943, como Colegio Militar Nacional, siendo el Primer Colegio Militar de la Nacion Peruana.
Recién, el 18 de enero de 1944, por Ley Nº9890 se le otorga el nombre del héroe epónimo de Huamachuco, Leoncio Prado Gutiérrez.
El Ejército del Perú, por su valor y heroísmo, lo nombró patrono del Servicio de Material de Guerra del Ejército.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
↑ Mazzei de Grazia, Leonardo (2000). «Gestiones empresariales de un norteamericano en
Concepción en el siglo XIX: Guillermo Gibson Délano» (Revista de
Historia, vol. 8, año 8, pp. 175-194. edición). Santiago de Chile: Universidad
de Concepción. Archivado desde el original el 15 de julio de 2007. Consultado el 31 Ene 2007.
FOTOGRAFIA
DEL HEROE NACIONAL
CORONEL
LEONCIO PRADO GUTIERREZ
FUSILAMIENTO
DEL CORONEL LEONCIO PRADO
OLEO
DE PINTOR CHILENO ANONIMO
PRIMER COLEGIO MILITAR DE LA NACION
CORONEL LEONCIO PRADO GUTIERREZ
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