BATALLA DE SAN
JUAN Y CHORRILLOS
13 ENERO 1881
“Importa consignar aquí que el Ejército Peruano, si bien experimentó una tremenda derrota en San Juan, no fue destruido, ni tampoco ‘casi aniquilado’ (como algunos escritores lo afirman)” Coronel Andrés Avelino Cáceres en sus Memorias.
Eran las cuatro y media de la
mañana y el campo hallábase cubierto de neblina, la cual favorecía el
avance aproximativo de los chilenos. Y poco antes de clarear el alba
presentáronse de improviso, sin haber hecho fuego, por la parte casi indefensa
que se dejó entre la izquierda de Iglesias y mi derecha. Al oir que se
iniciaba un violento tiroteo, comprendí que el enemigo había penetrado por ese
sitio desguarnecido de nuestra línea, e inmediatamente me dirigí allí,
hacia donde se encaminó también El Dictador, de
esta manera inicia el entonces Coronel Andrés Avelino Cáceres su
relato de la Batalla de San Juan realizado un día como
hoy 13 de enero pero de 1881 durante la Guerra del Pacífico.
Aquel día cerca de 30 mil soldados del
ejército regular de Chile se enfrentaron a 15 mil hombres
peruanos mal organizados y cubriendo una línea de fuego de 15 kilómetros como
parte de la primera línea de defensa de Lima contra la invasión sureña.
Según señaló Mariano Felipe Paz
Soldán, las fuerzas peruanas se encontraban dispuestas en cuatro cuerpos:
el primero comandado por Miguel Iglesias, a la derecha con 5, 200
hombres; el cuarto al centro con 4, 500 bajo las órdenes de Andrés A.
Cáceres; el tercero, a la izquierda, con 4,300 soldados conducidos
por Justo Pastor Dávila; el segundo cuerpo de 2,500 hombres
constituía la reserva y estaba a las órdenes de Belisario Suárez.
En aquél entonces gobernaba el Perú Nicolás
de Piérola bajo el carácter de Dictador. ‘El Califa’ había
ocupado la presidencia el 21 de diciembre de 1879 tras sacar del poder al
vicepresidente Luis La Puerta (encargado de la Presidencia
cuando Manuel Prado viajó a Europa a agilizar la compra de
armamento para la Guerra con Chile).
ARREMETIDA DE LAS TROPAS CHILENAS EN LOS PANTANOS DE VILLA
Llegado que hubimos, pude confirmar mis
presunciones y llamé la atención del señor Piérola diciéndole: “Vea usted, el
enemigo está sobre nuestra línea”. Avanzamos en seguida hasta el pie de una
colina, en cuya cima se encontraba uno de los batallones de la división Ayarza,
cuando vi que los chilenos habían efectivamente penetrado por ese claro
desguarnecido y nos atacaban de revés. Entonces dije al Dictador: “Los
chilenos están detrás de nuestra línea y nos atacan por la espalda”. El Dictador
miró atónito y sin decir palabra, dio vuelta a su caballo y partió hacia
Chorrillos…”
Mientras las tropas de Ayarza combatían
esforzadamente envié a uno de mis ayudantes a solicitar del coronel Suárez, que
mandaba la reserva y se encontraba a retaguardia, que acudiera en nuestro apoyo
y tratara de contener al enemigo que avanzaba sin mayor obstáculo por el
boquete desguarnecido, Suárez me mandó decir, en respuesta, que no
podía acudir a mi llamamiento por haber recibido orden del dictador de
retirarse a Chorrillos. Continuaba, entre tanto, la lucha en el ala
derecha y el fuego se generalizaba en toda la línea. Ya no era posible sustraer
ninguno de los batallones que tomaban parte en la refriega para oponerlo al
avance del enemigo.
Dejando a Ayarza que sostuviera la
derecha, me encaminé hacia el centro de la línea, defendida por la división
Pereira y con la cual estaba la artillería. Dispuse que ésta intensificase el
fuego sobre las tropas enemigas que avanzaban por el frente, y ordené a Pereira
que se sostuviera allí, haciendo que sus soldados se tendieran en tierra detrás
de los montículos de arena formados en el cerro, a fin de hacer mejor puntería
sobre el contendor, presentándole a la vez menos blanco.
En seguida me dirigí a la izquierda,
defendida por el coronel Lorenzo Iglesias, y al llegar encontré que sus tropas
habían sido abatidas completamente, por no haber ocupado las posiciones que le
indiqué contrariando mis órdenes. El enemigo había rebasado la extrema
izquierda del sector, formada por el batallón Ayacucho.
(…)
Encaminandome nuevamente hacia la
derecha, se me dio parte que la división Ayarza había sido derrotada,
tras dura e intensa pugna, y muerto heroicamente su valiente jefe.
Así pues, en menos de tres horas-desde
el alba hasta cerca de las nueve-nuestra línea había sido totalmente destrozada
por el enemigo.
Me encontraba ya sin soldados y
solamente acompañado de mis ayudantes sobre una pequeña colina, donde mi
presencia carecía ya de objeto, y además, casi rodeado por tropas enemigas que,
en esos momentos, ocupaban la hacienda San Juan, afluyendo por uno y otro lado,
después de haber dispersado también a Dávila, que constituía el ala izquierda
de nuestra extensa y débil línea de defensa.
Mientras tanto el doctor
Lorente pedía insistentemente por telégrafo refuerzos para el coronel Iglesias,
a quien suponía, en esos momentos combatiendo, a juzgar por la crepitación de
fusilería. El general Silva, hízome llamar y me propuso que fuera en
auxilio de Iglesias que, según los reiterados pedidos del doctor
Lorente, aún resistía en el Morro. Tomé 400 hombres de los ya
reunidos en el campamento y partí en seguida.
Al pasar por Barranco, encontré al
coronel Suárez con el cuerpo del ejército que mandaba. Al ver que
Suárez se retiraba tan tranquilo no pude contenerme y le dije: “No me explico
el motivo de su retirada, encontrándose Iglesias combatiendo, y, sobre todo,
cuando pide refuerzos”. El coronel Suárez me respondió que Iglesias había
sido tomado prisionero a las diez del día y que las tropas que permanecían en
la cima del Morro ya se habían retirado y dispersado. “Las tropas que se ven
allí-añadió-son de los chilenos y el tiroteo que se oye es de ellos mismo, que
se han entregado al saqueo, rompiendo las puertas de las tiendas y de las casas”.
-“Pues bien-repúsele-yo voy a
cumplir la orden del jefe de estado mayor”. Y continué mi marcha hacia
Chorrillos; Suárez siguió la suya a Miraflores. Su cuerpo de ejército
estaba íntegro, a excepción de un batallón que Recavarren condujo voluntariamente
en socorro de Iglesias y que fue desbaratado en Chorrillos.
Llegué a casa del señor Laffón,
ciudadano francés, que me ofreció su mirador para observar el campo, y pude ver
con mi anteojo que efectivamente tropas chilenas ocupaban el Morro y alturas contiguas
a la población de Chorrillos. Era la una de la tarde.
No obstante, y tomando las debidas
precauciones, penetré en Chorrillos. En la primera de las calles
tropecé con un grupo de soldados enemigos, a los que ataqué y puse en fuga;
pero momentos después fui acometido por fuerzas superiores que intentaron
cortarme el paso, lo cual impidió la oportuna intervención del capitán de
fragata Leandro Mariátegui, que llegó en tal circunstancia conduciendo un cañón
montado en la plataforma de un carro y les hizo fuego. De este modo pude
contener el empuje enemigo y continuar combatiendo; pero el adversario iba
reforzándose con la aducción de nuestras tropas; y comprendiendo luego lo
inútil que sería prolongar la lucha sin esperanzas de recibir ningún esfuerzo y
con soldados que comenzaban ya a flaquear, a causa de las bajas sufridas,
resolví interrumpir el combate y regresar a Miraflores, convencido del
fracaso de nuestros esfuerzos y profundamente apenado de las desgracias del
Perú…
FINAL DE LA BATALLA EN EL MORRO SOLAR DE CHORRILLOS
ACUARELA DE RUDOLPH DE LISLE
PD
*Cabe resaltar que el coronel Miguel
Iglesias sostuvo prolongada lucha contra los chilenos en el Morro Solar durante
todo el día hasta 4:30 de la tarde en que cayó prisionero.
Las imágenes de esta nota son
acuarelas de Rudolph de Lisle, militar inglés que se encontraba en el Perú
durante la Defensa de Lima y de observador durante el desenlace de las
batallas.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
-Memorias de la Guerra del 79 de Andrés
A. Cáceres
-Narración histórica de la Guerra de
Chile contra el Perú y Bolivia de Mariano Felipe Paz Soldán.
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